Puerto del Pireo, encrucijada migratoria en la ruta de los Balcanes

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En la puerta E1 del puerto del Pireo miles de migrantes están acampados desde hace meses en unas condiciones como mínimo precarias. Sin embargo, no pueden subir a los barcos de pasajeros que salen desde ahí hacia los puertos europeos.

La frontera norte del país, con Macedonia, por donde necesariamente tienen que pasar para llegar a destinos como Alemania, Inglaterra y Suecia, sigue estando cerrada, por lo que pasan días enteros a merced de las políticas de los gobiernos de los Balcanes, decididos a frenar el flujo de inmigrantes.

En marzo pasado entró en vigor un largamente esperado acuerdo entre la Unión Europea (UE) y Turquía.

El acuerdo, muy criticado por los activistas de derechos humanos, establece, entre otros puntos, que inmigrantes y refugiados que estén en la ruta de los Balcanes sean enviados de vuelta a Turquía si no presentan una solicitud de asilo a las autoridades griegas, lo que lleva muchísimo tiempo y obliga a los inmigrantes a permanecer en Grecia.

Como consecuencia de este controvertido acuerdo, países de la ruta de los Balcanes como Macedonia han decidido cerrar sus fronteras con el fin de bloquear el acceso de los inmigrantes a la Europa central y septentrional.

Así, hoy en Grecia hay alrededor de 50 mil refugiados e inmigrantes económicos que viven acampados en campamentos del gobierno y otros improvisados en edificios abandonados, presas de un gigantesco mecanismo burocrático que tarda en activarse.

De ellos, dos mil 500 viven ilegalmente dentro de uno de los puertos más activos de Europa, el del Pireo, a pocos kilómetros de la capital, Atenas. Un destino sarcástico, el suyo: están en un limbo en lo que es una gran encrucijada de comunicación y de allí no se pueden mover.

Pero muchos siguen teniendo la esperanza de que ocurra un milagro. “Esperamos que se reabran las fronteras, que nos dejen entrar en Macedonia y que podamos continuar nuestro camino”, dice Mohammed, un sirio de 21 años que emigró junto con cuatro amigos, entre las coloreadas tiendas de la puerta E1 del puerto.

Es una esperanza compartida por muchos en el Pireo, donde 40 por ciento son niños que juegan sonriendo casi como si fuese un parque de atracciones, y 20 por ciento mujeres, que se pasan horas colgando ropa en las cercas controladas por la policía.

Muchos otros, entre las decenas de miles de personas que están bloqueadas en todo Grecia, han empezado a buscar otros caminos. Uno de los legales es pedir asilo en Grecia y luego solicitar que los trasladen a otro país de la UE a través del programa de emergencia creado por Bruselas.

Pero en Grecia ahora es imposible incluso solicitar asilo político, el pre-requisito para ser enviado a otra parte. Debido a la escasez de personal, el Servicio para el Asilo Político obliga a los refugiados a reservar una cita a través de Skype, pero nadie responde a las llamadas.

“Llamo cada cinco minutos desde hace semanas, y nada”, dice Alaa, natural de Alepo, la ciudad más afectada por la guerra siria, que llegó al Pireo hace tres meses. Él también está pensando en las vías ilegales.

“Todavía tengo dinero. Por mí, mi esposa y mi hija de dos años estoy dispuesto a pagar un alto precio para llegar a Suecia”, dice. Hasta la fecha Alaa ha desembolsado unos 126 mil pesos para llegar a Grecia desde Siria.

Con toda probabilidad él y su familia serán los próximos clientes de los smugglers, los contrabandistas de hombres. Muchos son albaneses y se aprovechan del aumento de la demanda. Merodean por los márgenes del puerto y se acercan a los inmigrantes ofreciéndoles “viajes”.

Las tarifas varían desde los 32 mil para un viaje sólo de ida desde Atenas, a través de Albania hasta Italia -un destino cada vez más popular-, hasta los 53 mil pesos para llegar a Austria a través de los Balcanes. Lo cuentan los propios refugiados. La mayoría, sin embargo, tienen los bolsillos vacíos.

Abdel es un sirio de 54 años, exmilitar de profesión bajo el gobierno de Damasco: “Tengo que conseguir llegar a toda costa a Alemania. Mi esposa y mi hija huyeron hasta allí después de que los soldados de Bashar Al-Assad me detuvieran y me hicieran desaparecer”, cuenta.

¿Por qué lo hicieron? Yo era un general de Al-Assad, pero cuando se me ordenó abrir fuego contra civiles me negué, no pude hacerlo. No podía matar a mi gente. Entonces me consideraron un traidor y me encarcelaron durante tres años. Me torturaron arrancándome las uñas, cortándome el pulgar y causándome heridas debajo del abdomen.

“Después se llevaron a mi hijo, que por aquel entonces se había hecho miembro de los grupos de la oposición. Le cortaron la cabeza, le cortaron la cabeza a mi chico. Ahora dime si no tengo derecho a reunirme con mi familia en Alemania. Europa me tiene que ayudar, yo no tengo dinero para hacerlo”, reclama.

Los huéspedes de la puerta E1 están visiblemente ansiosos. Por el momento no son más que rumores, pero saben perfectamente que cuando se habla de ellos se pueden transformar rápidamente en verdaderas catástrofes.

“Mañana o pasado mañana cierran el campo. Aquí se acaba todo. Toda la gente se tiene que ir. El campamento cierra. Muchos serán transferidos a los otros campos, pero ahí no hay más lugar para nadie”, dice Ahmed, un marroquí de 21 años con el pelo rubio y los ojos azules.

Cuando se le pregunta acerca de dónde irá si realmente cierra el campamento, no puede hacer otra cosa que esbozar una sonrisa y responder con un simple: “No tengo ni idea”.

Los activistas presentes en la puerta confirman que también ellos han oído hablar de un posible cierre, aunque les cuesta creerlo teniendo en cuenta las muchas falsas alarmas que ya ha habido anteriormente.

Unos 50 aseos, una docena de duchas, ningún servicio médico para dos mil 500 personas. Hace falta muy poco, con el aumento previsto de las temperaturas, para que se cree una emergencia sanitaria.

El gobierno griego hace poco o nada por ellos y el trabajo de las distintas organizaciones presentes sobre el terreno es totalmente insuficiente para satisfacer las necesidades generales.

Jamal, un afgano de 25 años, ya no puede soportar más esta situación: “Quiero volver a Afganistán. Hace 20 días me inscribí para ser deportado a Afganistán y quizás el miércoles vuelva a Kabul, mi ciudad.

“¿Qué puedo hacer aquí? De vez en cuando salgo del campamento pero no tengo dinero para hacer nada. Aquí en el Pireo no hay lugar para dormir, la comida no es buena. Hace unos días nos sirvieron un pollo en mal estado y todos los que comieron, al menos 50, acabaron en el hospital”, recuerda.

“Yo pronto me iré, pero tengo una petición que hacer a las autoridades europeas: Por favor, tomad las mejores decisiones para estas personas, nosotros también somos seres humanos”, clama.

Desde el Pireo pueden salir hacia las islas sólo los griegos y los turistas, que ni siquiera tienen que observar a una humanidad abandonada que está confinada en un muelle aislado.

Sin embargo, algunos, intrigados por un fenómeno del que tanto se ha oído hablar y del que todavía se hablará mucho, se acercan intimidados y a escondidas toman algunas fotos con el teléfono.

Podrán ser testigos de este triste espectáculo por poco tiempo. Pronto los refugiados, abandonados por Europa, no tendrán ninguna manera de ver los barcos que salen del puerto sin ellos.

El campamento del Pireo parece haber llegado a su fin. Sin embargo, todavía no existe ningún plan alternativo. Mientras las fronteras permanezcan cerradas, cualquiera que sea la siguiente etapa de su interminable viaje seguro que no será la que desean.

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