En un hecho inédito en el país, entró en funciones la primera planta desalinizadora de agua de mar a través del proceso de ósmosis inversa en Puerto Deseado (Santa Cruz), que ahora ve duplicada la llegada de agua potable, un insumo básico de cualquier población para su desarrollo.
Ya en 1992, la Conferencia Internacional sobre el Agua y Medio Ambiente realizada en Dublín (Irlanda) dejó cuatro principios. Uno de ellos señala que “el agua dulce es un recurso finito y vulnerable, esencial para sostener la vida, el desarrollo y el medio ambiente”. El proyecto que impulsó el Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento (ENOHSA), que depende del Ministerio del Interior, cumplió esa premisa.
La novedosa tecnología podría explicarse, a grandes rasgos, en cinco pasos. El primero trata sobre la captación del insumo, y consiste en tuberías de aducción que conducen el agua de mar hasta un pozo de bombeo construido a resguardo del oleaje y de las pleamares existentes en la zona. Una vez allí, tres bombas elevadoras llenan un tanque de acero de un millón de litros de capacidad, es decir, la “reserva de agua cruda”.
El segundo paso en el sendero de desalinización está relacionado con la inyección de agua de mar en las instalaciones de la ósmosis inversa (que se encuentran dentro de una nave industrial de 500 metros cuadrados), donde se activa la separación de los sólidos disueltos presentes en el agua cruda de mar, con el uso de membranas semipermeables.
Tras la división de estos componentes, el agua que no atraviesa la membrana sale del sistema junto con las sales presentes en el agua de alimentación, lo que se denomina “salmuera”, que a su vez es devuelta al mar para su dilución mediante una tubería de desagüe de 0,6 metro de diámetro que aleja la descarga de la zona de captación de agua unos 500 metros. De esta manera, se evita todo riesgo de recirculación del insumo.
Con el agua permeada, se la somete -ya en la próxima etapa del proceso- a la “remineralización” para mejorar el pH (coeficiente que indica el grado de acidez o basicidad de una solución), y luego es bombeada a una cisterna de 2,5 millones de litros, ubicada a 6,5 km de distancia de la planta desalinizadora y elevada unos 60 metros del nivel de ubicación de la planta de ósmosis inversa. Una parte importante de toda esta metodología involucra a la subestación eléctrica necesaria para el correcto funcionamiento de las instalaciones.
La decisión del ENOHSA -su anterior gestión y también la actual- de destinar 94 millones de pesos a esta iniciativa dio como fruto una planta desalinizadora por ósmosis inversa destinada a una ciudad que ahora ve duplicada la llegada de agua potable en Puerto Deseado (la localidad chubutense de Pirámides también cuenta con una instalación, aunque muy pequeña), ciudad que tenía esa vía de producción como alternativa exclusiva, lo que le da mayor jerarquía al proyecto. La próxima instalación estará en Caleta Olivia -se estima su entrada en vigencia en marzo de 2017-, lo que disparará una generación cuatro veces mayor.
Pese a que detractores de las nuevas tecnologías -necesarias en este nuevo siglo- ponen la lupa en los desechos tras el proceso de ósmosis inversa, lo cierto es que la denominada “salmuera” se diluye automáticamente una vez que vuelve al mar, sin generar perjuicio alguno. No obstante, cada parte del proyecto de Puerto Deseado como el de Caleta Olivia cuentan con todos los estudios de impacto ambiental aprobados por las respectivas autoridades competentes.
En la conferencia de 1992 de Dublín, otros de los principios acordados expresan que “el aprovechamiento y la gestión del agua debe inspirarse en un planteamiento basado en la participación de los usuarios, los planificadores y los responsables las decisiones de todos los niveles”; y que “el agua tiene un valor económico en todos sus diversos usos en competencia a los que se destina y debería reconocérsele como bien económico”. Desde la Patagonia, y en voz baja, asoma una nueva forma de utilizar de manera óptima los recursos naturales.