Carthago Nova recupera su puerto

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Mediado el siglo I después de Cristo, Roma vivía en la abundancia, con Nerón como César y gracias a un poder comercial hegemónico en el Mediterráneo. Barcos cargados de metales preciosos, maderas, vino, aceite, mármol y esclavos unían una red de puertos en la que Carthago Nova era esencial. La estructura de piedra del muelle portuario, con un cantil de 23,5 metros de largo y 1,25 de alto, sacada a la luz en la calle Mayor de Cartagena, da una idea de la monumental obra de ingeniería que sustentaba esa ingente actividad, a la mayor gloria de la Pax Romana.

«Ningún otro periodo de los siglos siguientes volvería a tener el mismo empuje comercial hasta el XIX, para volver a percibir un pálpito mercante de igual intensidad», aseguran los arqueólogos Sebastián Ramallo y Miguel Martínez Andreu, en una publicación del ‘Bolletino di Archeologia Online’. Viniendo de Ramallo, codescubridor del Teatro Romano, no cabe mayor elogio a la importancia de este frente portuario, desenterrado dos décadas después de su hallazgo en compañía de la también arqueóloga Elena Ruiz Valderas.

La primera pista de lo que se escondía a tres metros bajo tierra, en el corazón del casco histórico, apareció el 21 de mayo de 2014, en las excavaciones del solar que se oculta tras la fachada modernista de la Casa Llagostera y en el terreno del Edificio Selecciones (números 21 y 23 de la Calle Mayor). Las prospecciones para cimentar un nuevo edificio, conservando el valioso frontal original, revelaron la existencia de «estructuras alto imperiales y bajoimperiales, con construcciones de arenisca junto al perfil oeste de las parcelas», según indica el informe preliminar de los expertos que vigilan la obra.

Solo se había arañado la superficie, pero en la Dirección General de Bienes Culturales se tomaron en serio el asunto. El 22 de enero de 2015 se aprobó una supervisión arqueológica directa de la construcción de los muros pantalla, para achicar el agua que comenzó a aparecer en el solar, por debajo del nivel del mar. La retirada de limos y sedimentos, cuajados de restos antiguos de valor, se hizo más trabajosa, acompasada con el drenaje de líquido.

El pasado 22 de septiembre, la excavación tropezó por fin con algo solido. Las operaciones continuaron con el máximo cuidado hasta que la magnitud de lo encontrado llevó a parar toda la actividad y a organizar una visita al más alto nivel. Cuando el 27 de septiembre acudió el equipo de expertos de la Consejería de Cultura, lo que vieron era para quedarse con la boca abierta.

La inspección levantó acta de la existencia de un muro de arenisca coronado por sillares calizos, con refuerzo posterior de otro de mampostería irregular trabada con mortero de cal. La estructura es grande, 23,5 metros de longitud, y corresponde, «con toda probabilidad», al cantil de un muelle construido entre los años 40 y el 69 después de Cristo (época Julio-Claudia) y orientado hacia lo que hoy en día es la Plaza del Rey.

«Este conjunto constructivo tan potente estaba preparado para resistir fuertes oleajes», según el informe de seguimiento arqueológico. No en vano, hace dos mil años, ese frente portuario recibía a los barcos que entraban en la bahía y en el Mar de Mandarache, mucho más grande que la actual dársena del Arsenal Militar. Allí embarcaban en mercantes a vela grandes cantidades de esparto y de metales que salían de las explotaciones mineras de La Unión. También se recibían grandes cantidades de cereal, entre otros cargamentos.

«Carthago Nova destacaba bajo el imperio de Augusto (principios del siglo I) como un poderoso emporio comercial marítimo, cuyo puerto no solo exportaba sino también importaba productos», según reza el estudio ‘Relaciones comerciales entre Carthago Nova y Mauritania durante el Principado de Augusto’, de Enrique González Cravioto. Era el motor de una ciudad floreciente, como lo prueban las partes recuperadas del Foro Romano en la falda sureste del cerro del Molinete. En este complejo de 14.000 metros cuadrados están las termas, que servían para el solaz ciudadano; el atrio, donde se celebraban los actos públicos y los banquetes; el templo de Isis y Sarapis, para la meditación y el recogimiento religioso, y el foro residencial para cientos de personas. «El hallazgo del puerto no solo es importante en sí mismo, por su buen grado de conservación. Ademas, ayuda a fijar los límites de lo que era hace dos mil años la ciudad romana», interpreta la codirectora de las excavaciones del Molinete, María José Madrid.

Hasta ahora no se había encontrado nada parecido en la ciudad. Prospecciones realizadas más al sur (en sótanos de la calle Mayor) revelaron la presencia de rellenos en zonas ganadas al mar que sugerían la cercanía del antiguo muelle. Otras, en la Puerta de Murcia indicaban la presencia de los pórticos de entrada a la ciudad desde el mar. El referente más parecido es el puerto de Cesárea Marítima (Israel), según una cita del estudio preliminar que firma el arqueólogo Francisco Fernández Matallana.

La importancia del puerto queda al descubierto por la superficie del muelle. Un trozo de muro de bloques de arenisca, paralelo al cantil, revela que tenía más de diez metros de ancho. Solo se ha encontrado un fragmento de 3,74 metros cerca del límite con la calle Mayor. El resto parece haberse perdido. Tiene en su parte superior unas losas acanaladas que hacen pensar que esa zona la ocupaban estructuras móviles, ligadas a los trabajo portuarios de embarque y desembarque.

Las excavaciones han puesto al descubierto parte de un área de actividades portuarias de al menos 200 metros de superficie, según las primeras mediciones. Y eso porque los límites del cantil se pierden hacia el noreste y hacia el suroeste, debajo de los inmuebles de la Calle Mayor. «No van en paralelo a la medianera, forman un ángulo que abre mayor distancia en dirección sur», dicen técnicos cercanos a la obra de rehabilitación de la Casa Llagostera.

La trama del muelle se sustenta en otros tabiques de mampostería y mortero que discurren perpendiculares desde el cantil hacia la zona de actividades portuarias, hasta el otro muro situado a 10,12 metros. Los troncos de madera, clavados para reforzar esas construcciones, sugieren, según el informe arqueológico, una estructura en escuadra,

Los espacios entre los muros contenían rellenos de donde han sido recuperados capiteles de grandes dimensiones, de orden jónico (con volutas) y fustes trabajados, procedentes de edificios derruidos. También hay cazuelas de cerámica roja pompeyana, y otros trozos más o menos importantes del mismo tipo, utilizados para amalgamar los áridos y compactar la base del muelle. Por encima se ha documentado la presencia de enlosado que formaba un paseo, aunque solo se mantienen los fragmentos acanalados del muro posterior del cantil.

Canal de desagüe

Otro elemento singular y de gran valor en el conjunto, según los arqueólogos, es el canal de 4,26 metros de largo, medio metro de alto y 62 centímetros de ancho que desemboca perpendicularmente en el borde del muelle. «Es una cloaca de vertidos al mar», explica el informe arqueológico. Está formada por bloques de arenisca y es el único elemento cuyo fondo ha salido a la superficie.

El resto del complejo encierra un enigma: no se sabe hasta qué profundidad llegan los muros. Los técnicos de Bienes Culturales han aprobado el encargo de un informe más detallado a Fernández Matallana. Y, si se decide continuar excavando, es imprescindible hacerlo con medios manuales y no mecánicos como hasta ahora. La principal complicación es que ya se trabaja a tres metros de profundidad, por debajo del nivel del mar. La retirada de material y aguas subterráneas será más complicada conforme se excava.

Conservación o visitas

En el proyecto arqueológico queda por delante tomar una decisión crucial, según varios arqueólogos consultados en este reportaje. Hay que saber hasta qué punto es importante el yacimiento para decidir si se opta por la conservación, si de deja al descubierto, si se integra en el edificio que se va a construir o si se opta por convertir el subterráneo en un museo. En el Augusteum de la Calle Caballero y en la Casa de la Fortuna, de la Plaza de la Inmacula, se hizo lo último. «Pero el fondo del yacimiento está a tres metros. En este caso, a esa profundidad se encuentra solamente el principio de este gran hallazgo», asevera un experto muy ligado a la recuperación arqueológica de Cartagena.

Por delante queda mucho trabajo. El Teatro Romano fue descubierto hace veinte años y ni siquiera se ha sacado a la luz por completo. El puerto abre ahora otro frente para ampliar los estudios sobre la histórica Carthago Nova.

La Verdad

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